Pese a todos los favores que recibían, los judíos protestaban contra Dios y contra Moisés. Hasta el punto que resolvieron fabricarse un dios falso, en forma de ternero de oro, para adorarlo.
Moisés, ignorando lo que tramaban los judíos, subió un día a una montaña, convocado por Dios. Esa montaña era el Monte Sinaí. Una gran tormenta envolvía el cerro. Brillaban los relámpagos y retumbaban los truenos. Allí Dios le entrego a Moisés los Diez Mandamientos, escritos en dos planchas de piedra que se llamaron Tablas de la Ley.
Los Diez Mandamientos son: 1. Querer a Dios sobre todas las cosas. 2. No jurar falsamente o sin necesidad. 3. Santificar las fiestas de guardar. 4. Respetar y obedecer a los padres. 5. No matar, lastimar ni criticar a los demás. 6. No cometer pecados de impureza. 7. No robar. 8. No mentir. 9. No desear la señora de otro. 10. No codiciar la fortuna ajena.
Al bajar Moisés encontró a los judíos adorando al ternero de oro. Se indignó ante tamaña barbaridad, tiró contra el suelo las Tablas de la Ley y destrozó el ternero de oro. Después volvió a la montaña para pedirle perdón a Dios por el pecado de idolatría cometido por su pueblo. Y volvió a escribir las Tablas de la Ley.
Para guardar las Tablas de la Ley, por indicación de Dios mandó Moisés construir una caja muy fina, con dos estatuas de arcángeles a los costados y unas varas que permitían llevarla a hombro. Ésa fue el Arca de la Alianza. Marchaba en lugar de privilegio dentro de la columna que formaba el pueblo judío en su largo viaje. Dios iba en ella.
Llegaron por fin cerquita del País de Canaán. Y mandaron algunos hombres a explorar el terreno, entre ellos Josué. Volvieron cargados con enormes racimos de uva, diciendo que los campos eran de primera, pero que sus ocupantes eran muy fuertes, altísimos y de mal carácter.
Los judíos se asustaron y dijeron de nuevo: mejor haberse quedado en Egipto.
Dios se cansó de sus quejas y dispuso que vagarían cuarenta años por el desierto, antes de poder entrar a la Tierra Prometida.
Durante esos años volvió a faltar el agua. Los judíos volvieron a rezongar. Moisés y Aarón perdieron los estribos y moisés, de pésimo humor, hizo brotar agua de la piedra otra vez. Pero lo hizo pensando que eso de hacer brotar agua de las piedras era una habilidad suya y no un don de Dios. Para corregirlo, Dios le hizo saber que ni él ni Aarón entrarían al País de Canaán.
Y nuevamente los judíos se pusieron a protestar por la comida, de puro malcriados que eran. Y Dios mandó sobre ellos una cantidad de víboras venenosas, que andaban por todas partes y picaban a mucha gente.
A pedido de Moisés, Dios se compadeció de los israelitas y le indicó a Moisés que hiciera una serpiente de bronce bastante grande y la colocara sobre un palo, en medio del campamento, y le dijo que si a alguno lo picaba una víbora, mirara a la serpiente y quedaría curado.
Se trataba de otro símbolo de Cristo, a quien los hombres levantarían en la cruz, igual que a la serpiente de bronce, para salud de todos.
Cumplidos los cuarenta años de andar por el desierto y ya fallecido Aarón, los judíos se arrimaron de nuevo a la Tierra Prometida.
Moisés estaba viejo y cansado. Tenía varios siglos de edad. Como para no sentirse viejo y cansado.
Sabiendo que iba a morir, se despidió de su pueblo y subió, solo, a una sierra. Desde allí vio la Tierra Prometida y Dios lo llamó a su lado.
Moisés fue un hombre justo y un caudillo formidable de su pueblo rezongón.
Objetivo
Destacar que Dios eligió un pueblo como pueblo suyo, protegiéndolo pese a su ingratitud para que de él naciera el Salvador. |