Pasó un tiempo los descendientes de Adán y Eva se volvieron mala gente, pecadora y descreída.
Entre esa mala gente había un hombre bueno, Noé, que adoraba a Dios y vivía decentemente con su familia.
La familia de Noé estaba compuesta a por su señora, sus tres hijos y las mujeres de sus hijos.
Los hijos de Noé se llamaban Sem, Cam y Jafet.
Por fin Dios se cansó de soportar la conducta de la mala gente y se dispuso a castigarla.
Le habló a Noé y le dijo que construyera un barco grandísimo, donde pudieran entrar Noé, su familia y una yunta de cada animal que hubiere en la tierra, porque mandaría una inundación como no se había visto nunca, que cubriría todo el mundo. Le dijo también que de esa inundación sólo se salvarían los que se embarcaran con él, salvo los pescados que no se ahogan.
El barco de Noé se llamó Arca y la inundación Diluvio Universal.
En una lomita empezó Noé a construir el Arca. Y la mala gete se reía de él, diciendo que estaba loco al hacer tamaño barco en medio del campo, donde ni charcos había. Pero Noé y su familia seguían fabricando el Arca.
Y Noé le decía a la mala gente que se corrigiera, que dejara de pecar porque Dios la iba a castigar. Nadie le llevaba el apunte y más se reían de él.
Hubo que tirar abajo muchos árboles para hacer el Arca. Y Noé puso las junturas de las tablas con alquitrán, cosa que no entrara ni una gota de agua.
En cuanto el Arca estuvo terminada, desmejoró el tiempo. Se vino la tormenta y al rato empezó a garuar finito.
¡Qué suerte!-dijo la gente-, por fin se cortó la seca.
No sabían la que se venía. Y todavía se burlaban de Noé.
En medio de la llovizna fueron llegando los animales. De dos en dos macho y hembra. Dos tigres, dos vacas, dos hipopótamos, ardillas, dos ovejas, dos pulgas, dos chimangos, dos palomas, dos gusanos, dos cuises, dos jirafas, dos mariposas y así. No se peleaba entre ellos ni se pelearon mientras estuvieron en el Arca.
La garúa se hizo lluvia y, apenas el último animal entró al Arca, se largó un chaparrón. Siguió lloviendo a baldes: se veía que aquello pintaba para temporal.
Y comenzaron los lamentos de la mala gente, que ya no se burlaba de Noé.
Subía el agua y la inundación se extendía por todas partes. El Arca comenzó a flotar, aunque estaba asentada en una lomita.
Llovió durante cuarenta días y cuarenta noches. Las aguas cubrieron enteramente el mundo. Un mar sin orillas rodeaba el Arca. Ni un árbol, ni un campanario, ni una montaña se veían en lo que alcanzaba la vista. Olas nomás, nubarrones, refucilos y centellas.
Por fin aflojó el temporal. Un rayito de sol se filtró entre las nubes. Sopló viento fuerte y escampó.
Noé dejó pasar bastante tiempo y soltó un chimango para que hiciera un vuelo de reconocimiento, cosa de saber si el agua iba bajando. El chimango no volvió.
Brillaba el sol con fuerza cuando Noé largó una paloma, que tenía la misma misión que el chimango.
La paloma volvió sin haber hallado tierra.
Otra vez soltó Noé la paloma y, ahora sí, regresó con una ramita en el pico: señal de que algún árbol asomaba del agua.
Finalmente se retiró la inundación. Verdeaban los potreros y florecían las plantas. El Arca encalló en un cerro.
Noé, su familia y todos los animales bajaron del Arca. Los animales se desparramaron por ahí y empezaron a pelearse de nuevo entre ellos.
Noé, como agradecimiento, ofreció un sacrificio a Dios.
Y Dios, para indicar que nunca más volvería a mandar un Diluvio, hizo aparecer sobre el horizonte un gran Arco Iris.
Objetivo
Destacar los aspectos tendientes a inculcar el sentido de la Justicia Divina. |