Los hijos de Noé, como sabemos, eran tres: Sem, Cam y Jafet. Los tres, a su vez, tuvieron hijos. Los descendientes de Sem fueron, a la larga, los árabes y los judíos. Cam era bastante morocho y de él desciende la gente de color: la gente de color negro.
Casi todos nosotros descendemos de Jafet.
Los hombres se multiplicaron y fueron poblando de nuevo el mundo. Hablaban el mismo idioma, que era el idioma que hablaba la familia de Noé y vaya uno a saber cómo sería.
Pero, después del Pecado Original, los hombres quedaron inclinados a portarse mal y no bastó con el Diluvio para corregirlos.
De manera que cierto día se les ocurrió una idea: una pésima idea, fruto del orgullo. Decidieron reunirse y construir una torre. Una torre altísima, que alcanzara el cielo, para invadir la casa de Dios.
Primero acopiaron materiales: piedra y madera en cantidad. Cocinaron miles de ladrillos. Hicieron grandes piletas y en ellas colocaron brea, destinada a unir los ladrillos.
Después cavaron una inmensa zanja circular para asentar los cimientos. Y enseguida iniciaron la construcción con entusiasmo.
La torre fue ganando altura. Cuando amanecía medio encapotado, alcanzaba ya las nubes bajas.
Y ahí fue cuando Dios resolvió desbaratar el proyecto.
¿Qué fue lo que hizo?
Algo muy sencillo. Un día los hombres se levantaron hablando distintos idiomas. Unos hablaban en inglés y otros en francés o en italiano, otros en turco, otros en guaraní. O, al menos, en idiomas de los cuales derivarían el inglés, el francés, el italiano, el turco o el guaraní. Y, claro, no se entendían entre ellos.
Uno pedía cal y le alcanzaban arena. Otro pedía el fratacho y le daban una plomada. Fue un batifondo completo, los albañiles se pelearon entre ellos y hubo que parar la obra.
Los hombres se separaron diciéndose de todo. Y, aunque no entendían, por la cara se veía que eso que se decían no era nada amable sino todo lo contrario.
Así terminó aquel sueño loco que fue la Torre de Babel.
Objetivo
Destacar que los hombres no podrán ocupar nunca el lugar de Dios ni deben humanizar las cosas sagradas. El sueño de la Torre de Babel resurge de tanto en tanto, bajo distintas formas. Ponerlo de manifiesto, señalando que esos sueños siempre concluyen igual que aquel proyecto insolente.
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