Orientada a los más jóvenes, la obra abarca el período de 1492 a 1992. Su intención “razonablemente ecuánime” fue homenajear a los hombres y mujeres que “construyeron nuestra nación, con sus virtudes y sus miserias”.
Entre la abundante obra que dejó el admirable Juan Luis Gallardo, fallecido el pasado mes de agosto a los 89 años, un título suele destacarse por su intención formativa y la claridad con la que está escrito. Se trata de Crónica de cinco siglos: 1492-1992 , el magnífico repaso de la historia patria cuya primera edición apareció en 1995.
En la nota preliminar, Gallardo explicaba que lo había escrito pensando en los jóvenes argentinos, “que se interrogan sobre el pasado para tratar de entender el presente e intentar prever el futuro” . Suponíamos que esa necesidad se volvía más intensa a la hora de abordar el pasado reciente, motivo por el cual se había propuesto ser más minucioso en los capítulos que seguían a la revolución de 1943.
El libro, aclaraba Gallardo, era un “trabajo sencillo, desprovisto de toda pretensión erudita”. Lo había llamado “crónica” porque él no era historiador; mientras que su afán primordial consistió en ser “ameno y razonablemente ecuánime” .
Por ello sus páginas no albergaban “querubines ni satanases, monstruos abominables ni paladines refulgentes: tan sólo los hombres y mujeres que construyeron nuestra nación, con sus virtudes y sus miserias”. Advertía, eso sí, que el texto dejaría ver “algunas de mis preferencias y antipatías, cosa inevitable ya que no carezco de ellas” .
La obra, según la tercera edición corregida que publicó Vórtice en 2007, estaba dividida en 44 capítulos de extensión breve y riguroso orden cronológico. Al final de cada uno de ellos apareció un pequeño recuadro que, con intención didáctica, destacaba un dato curioso o revelador de lo que acababa de narrarse. Todo con un prólogo pertinente firmado por el P. Aníbal Fosbery.
Síntesis
El logro más destacado de Gallardo, aunque no el único, es la acertada síntesis con la que resumió un tema vasto y de múltiples aristas . Lo conseguí respetando un esquema general pero también gracias al estilo, que es conciso sin ser inexpresivo, y ágil sin abrumar con datos o fechas sacadas de contexto.
Gallardo comienza su libro en 1492, con el descubrimiento de América, para dejar en claro el origen hispano y católico de lo que llamamos “la Argentina”. Recuerda por eso que la conquista incorporó “a la Civilización Cristiana un inmenso continente” y exalta a quienes se adentraron en “las vastas regiones conquistadas”. “Fueron soldados los que afirmaron su posesión -subraya-, misioneros los que las evangelizaron, doctores los que las injertaron en una cultura milenaria, heredada de Grecia y Roma” .
Cuando se interna en el segmento más específico de nuestra historia, no eluden los temas controvertidos, esos que suelen ser minimizados o soslayados en la historiografía oficial. Así, comenta el papel sospechoso que tuvo la masonería en determinados acontecimientos clave; registra la insistencia en sancionar leyes contrarias a la moral católica tradicional, como la del divorcio, que fue vetada por Yrigoyen y fomentada por Alfonsín, y pone de manifiesto los verdaderos efectos -no los idealizados- de la Reforma universitaria de 1918.
Pero su pluma siempre está dispuesta a rescatar, con inspiración poética, lo más valioso de entre el tumulto de episodios, como el rechazo a las invasiones inglesas o el cruce de los Andes. Respecto de la segunda gesta escribe: “No es necesario contar con una imaginación muy viva para representar el extraordinario espectáculo que debieron ofrecer las columnas patriotas, estirándose por las quebradas y progresando junto a los desfiladeros del imponente macizo, montadas, a pie, con los caballos y mulas de la novia, arrastrando sus cañones, azules los uniformes, rojas la bocamangas, pardos los ponchos contra el blanco enceguecedor de las nieves eternas, envuelto el avance por las rachas de viento helado, animándose los hombres con cantos y gritos de coraje. bajo el centelleo de las armas” .
ECUANIMIDAD
Es evidente y logrado su esfuerzo por alcanzar la ecuanimidad. Lo demuestran las palabras con las que definen las características de “unitarios” y “federales” (esa “singular dicotomía que corre a lo largo de nuestra Historia, marcándola con un trazo tantas veces sangriento” ) o las que emplea para abordar los méritos y defectos de la posterior “Generación del 80”.
Viniendo de un nacionalista católico de toda la vida, tal vez pueda sorprender su elogio de la gestión de Agustín P. Justo. “El gobierno de Justo -señaña- resultó un buen administrador y durante el mismo se llevarán a cabo importantes obras públicas, tal como ha sucedido frecuentemente en la Argentina cuando un militar ocupa la primera magistratura”. Asombra menos su categórico juicio favorable de la presidencia de Juan Carlos Onganía: “Con la asunción del general Onganía quizás haya tenido comienzo el mejor gobierno que conoció la Argentina en las últimas décadas” .
Asimiladas dentro de la narración que fluye con soltura aparecen breves semblanzas de algunos de los personajes más relevantes de cada etapa. Gallardo otra vez procura ser medido, aunque a veces se permite una pizca de malicia y otra más de humor.
Es severo con Rivadavia, de quien recuerda que “quiso abolir las tradiciones arraigadas y, naturalmente, suscitó primero el recelo y después la resistencia de una población cuyas costumbres se propusieron alterar extensamente y para siempre” . Se burla un poco del Sarmiento prócer escolar: “Talentoso, apasionado y egocéntrico, tuvo notables dotes de escritor. En sus primeros años no faltó a la escuela porque no fue a ella, ya que lo educó un clérigo que era tío suyo” .
Y no pasó por alto el “misterio” que rodeó la trayectoria de Hipólito Yrigoyen: “Criollo, silencioso, cuando hablaba o escribía lo hacía en un lenguaje peculiar, enfático y elusivo al mismo tiempo, casi siempre enrevesado. Patriota, velo por la dignidad argentina, manteniendo una política internacional autónoma. Su madre era hija de un mazorquero ejecutado después de Caseros, hermana de Leandro Alem, con quien tuvo Yrigoyen serias desavenencias”.
ILLIA Y ALFONSÍN
Con el presidente Arturo Illia, uno de los tantos herederos del yrigoyenismo, se mostrará más filoso (“Es astuto, calmoso y lento, encarando los trepidantes problemas que aquejan al país con la misma pachorra que atendiera a su clientela pueblerina”). Lo mismo que con el “socialdemócrata” Raúl Alfonsín, de quien apunta: “Recibido de abogado, no ejerció su profesión, salvo para iniciar la sucesión de su padre y para firmar, con otros letrados, la defensa de algún guerrillero detenido. Participó activamente en las pujas del comité radical y en partidas pueblerinas de naipes, que se prolongaban hasta la madrugada”.
Conforme el relato supera el final del siglo XIX, Gallardo, que era miembro de una familia con notable protagonismo político y cultural en estas tierras , empieza a dar cuenta de esa participación.
Menciona las funciones que complementó su abuelo, Angel Gallardo, a quien evoca en un recuadro por su actuación en la “Revolución del Parque” de 1890. Destaca que su padre, Luis F. Gallardo, integró la “Legión Cívica” creada después del golpe. de 1930. Acota que un tío, Guillermo Gallardo, fue preso tras participar de la fallida sublevación contra Perón de 1951. Y apela a sus propios recuerdos de situaciones en las que estuvo presente, como la manifestación del día de Corpus Christi de junio de 1955. , donde terminó quemada una bandera argentina en un hecho confuso que fue usada por el peronismo “para acusar a los católicos de traición a la Patria” y que “éstos imputaron al gobierno...devolviendo la acusación” .
En unos de los últimos capítulos cita las estrofas que “cierto poeta” (es decir, él mismo) se dirigió al célebre “corte de manga” con que un joven oficial argentino prisionero reaccionó a la rendición en Malvinas, gesto que quedó inmortalizado en una filmación. de los propios vencedores.
El plan original de la obra, recordó su editor en Vórtice, Alejandro Bilyk, contemplaba trazar un recorrido histórico que avanzara desde la Conquista hasta la recuperación de Malvinas.
“Ese era el periplo de los 'cinco siglos' -recuerda Bilyk-, el verdadero inicio y el mejor cierre, como se advierte en la acuarela (hecha por el propio Gallardo) con la que quiso ilustrar la tapa de la primera edición, donde se dan la mano el conquistador español y el soldado de Malvinas”.
Los destinatarios del libro, ya se ha dicho, eran los jóvenes, y la gesta del Atlántico, un posible modelo donde inspirarse hasta que concluya esa “larga espera” en la que imaginaba estancada a la Argentina. Una espera que, según puede leerse en las líneas finales del volumen, determinaba dos obligaciones: “la de saber seguir esperando, aun contra toda esperanza; y la de asumir el deber patriótico de empeñarse por verla transformada en jubilosa realidad” .